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PAZ verde y tibia, acotada
entre dos precisas fechas
que apuntan sus negras flechas
a la salida, a la entrada.
La nuca hundida en la almohada
o la frente entre las manos,
sobre los montes lejanos
ver llover, y no hacer nada.
El cielo, bajo y gris, pesa
contra el pueblo y su otoñal
olor, rural casi. En medio
del atardecer, se espesa,
como en un turbio cristal,
el claro aceite del tedio.
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