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¡TARDE, cobarde cansera
que me empereza, insidiosa,
cuando sube la luz rosa
por la cárdena ladera,
para abrazar en su hoguera
los canchales de las cumbres
y hacer señuelo de lumbres
la dura nieve cimera;
hasta que en lo alto agoniza,
del cielo en la mar abierta,
la piñata de sus brillos!
¡Luna y montes de ceniza!
Y otoño, que está a la puerta,
llamando con los nudillos.
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