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CUANDO en pintado papel
se sueña el mundo floresta,
la noche, en sordina, orquesta
los murmullos del hotel.
Tic-tac de despertador.
Batir de puertas. Cascada
lustral, íntima y domada.
Y el bordón del ascensor,
su grave “memento” crónico,
el trémolo telefónico
en el “comptoir”, y la risa
con que, a guisa de “¿quién vive?”,
Venus de paso, en camisa
a un fantasma en flor recibe.
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