sábado, 20 de octubre de 2012

Músicas en la noche




Intentaré ir enhebrando el fluir de mi vida en algunos poemas que recuerdo, sin hacerme demasiado caso: algunos de ellos, como este, me sonrojan ahora por mi falta de pudor de entonces. Publicar textos como el que sigue y dejar en el olvido otros de mayor mérito, mudos todavía, me llena de una rabia que ya no debería sentir.
Este poema apareció en la revista Grecia de Sevilla (publicación ultraísta que vivió entre 1918 y 1920), en su número del 1 de abril de 1919.

             Para Guillermo y Francisco Rello, mis buenos amigos

En el silencio obscuro de la noche,
ha pasado la estudiantina por la calle
en una lírica estela de armonías…

(¿Qué viejo dolor has despertado en mi alma
-¡oh romántica música!-
Y con qué nueva lanzada
laceraste mi corazón?)
Oyendo  los sones fugitivos,
he sentido ascender en mí
-tal una irisada y cristalina burbuja
en la paz de un remanso-,
de lo más recóndito de mi pecho
hasta los labios,
la caricia leve y susurrante
de un nombre de mujer, inefable.
Y el nombre, al salir de mi boca,
Se ha deshecho en un largo suspiro…

Allá en el cielo,
una estrella ha parpadeado;
el saetazo diamantino de una fuente
dijérase que, en su borboteo,
tiene un reprimido trémolo de angustia.
Una flor blanca se ha deshojado…

(¿Qué viejo dolor has despertado en mi alma
-¡oh romántica música!-
y con qué nueva lanzada
laceraste mi corazón?)

                                En Madrid y Marzo de 1919.


Ingenuo, añadí de puño y letra para los hermanos Rello:
“De mi próximo libro Motivos del Ultra, que aparecerá de Abril a Mayo del presente año, y para el que espero un soneto o unas aleluyas vuestras”

sábado, 13 de octubre de 2012

Mi vida desde esta otra orilla II (1916-1919)



En 1916, creo recordar, tuve la primera experiencia amorosa con una mujer: ella tenía unos veintiocho años y yo apenas catorce. De aquello solo me queda la confusión de un “no sé qué que quedé balbuciendo”. No sé si esta experiencia me la proporcionó mi madre, involuntariamente, al llevarme, como solía hacer en verano, a un balneario en el que pasaba un par de meses para fortalecer mi maltrecha salud (y así contribuir a su tranquilidad, siempre inquisidoramente maternal)
         Por entonces leí por primera vez a Unamuno: Nada menos que todo un hombre y El espejo de la muerte. Su admiración adolescente vivirá ya conmigo y crecerá junto al escritor y el hombre que he sido.
En 1918 llegué a ser “redactor jefe” del modesto semanario El Inédito, dirigido por Sainz de Robles: en él aparecieron mis primeros textos publicados, aunque con el seudónimo de Anselmo Reguera.
El lunes 9 de junio de 1919, con diecisiete años, fundé, junto a José María Palomino, Hipólito Hidalgo de Caviedes y otros, una tertulia literaria en el Café Nuevo de Platerías, de la que llegó a hacer propaganda verbal y escrita el mismo Ramón Gómez de la Serna. A ella asistían  personas de la categoría de los citados o de José López Rubio, Sainz de Robles, Pedro Caravia (¡ese  amigo del alma!), Humberto Esquivel o César González Ruano. A finales de diciembre (y hasta julio de 1920, por una disputa con un camarero) tuvimos que abandonar ese local de reunión y pasar a una chocolatería de la calle de Alcalá, cerca de El Retiro: la bautizamos como “El Sotanillo". En julio volvimos a cambiar de sede: nos trasladamos al Café de Castilla hasta noviembre, desde donde volvimos a Platerías en el encuentro número 77 (22 de noviembre de 1920). Esta tertulia tuvo una publicación (“periodiquín” lo llamaba yo), Hispania, en el que llegó a participar Ramón Gómez de la Serna.
         El 30 de junio de 1919 Vando Villar publicó en la revista en Grecia el Segundo Manifiesto Ultraísta. Por entonces (creo que el 1 de abril) edité un poema en esta publicación de vanguardia: “Músicas en la noche”. El texto, fechado en marzo de este año, formaba parte del libro Motivos del ultra, que pensaba publicar en abril o mayo de ese año y que nunca llegó a ser más que un proyecto, como la mayoría de los abortos editoriales que componen mi obra.

viernes, 12 de octubre de 2012

Mi vida desde esta otra orilla I (1902-1915)

Empiezo aquí la rememoración de mi vida a redrotiempo, con la perspectiva privilegiada que me otorga el verme desde fuera de mí, instalado ya en la atalaya de la otra ribera. Repasaré mi vivir y morir al día y esas realidades reflejadas en mis poemas que, al menos, pueden recordarnos unas circunstancias dignas de ser recordadas y que los olvidos han eclipsado. Fui testimonio de la luz y la sombra de una generación que mereció mejor suerte: la suya hubiese sido la de España y hoy estaríamos en otra situación cultural y, por tanto política y económica (pensar al revés es el error que promueve un círculo vicioso del que no salimos). La Edad de Plata prometía una nueva Edad de Oro que pasó a ser de cenizas: yo viví en los fuegos de las almenaras del progreso (aunque sin beneficio personal) y también entre sus despojos humeantes en el exilio.
El catalejo invertido me trae aquí, desde allí.



Nací en Madrid, en la calle Blasco de Garay, un 21 de abril de 1902. Mi padre, José María Quiroga López, era habilitado del Servicio de Incendios de Madrid, trabajo que alternaba con el de contable en un par de empresas comerciales. Él había nacido en Santa María del Villar (Lugo) y no pudo acabar la carrera de Derecho por dificultades económicas: esa espinita intentó compensarla conmigo, como se verá. Mi madre, María Plá Reguera, también era natural de Lugo, aunque de ascendencia levantina. Mi abuela paterna, María Josefa López, vivía en Madrid. Mi abuelo paterno fue notario en Vigo.
A los seis años se me despertó “la manía de leer”, potenciada, seguramente, por el aislamiento al que mi madre me sometía. Doña María Plá era una señora siempre de luto y con moño (así la recuerdo, eternamente ya), muy preocupada por mi poca salud y con el recuerdo vivo aún de la muerte de su primera hija a los dos años: esto me privó de juegos en la calle y del contacto con otros niños. Cuando mi hijo Miguel la visitaba, mi madre también le prohibía salir a jugar y le llamaba Jacobito por recordarle a un hermano suyo muerto. En general, el ambiente familiar era bastante estricto y gris.
        Estuve enfermo, es cierto, en varias ocasiones: en una de ellas llegué a perder la vista durante un año. No me extraña ahora la actitud de mi madre: era un niño melancólico, retraído, tristón y enfermizo.
        El sueldo de mi padre (unas mil pesetas mensuales) me permitía pasar largas temporadas de vacaciones en pueblos de Castilla y Galicia.
         En 1908 nació mi hermana María Teresa: quizá la recuerde más por los fugaces encuentros ya en el exilio que por su nacimiento a mis seis años.
A los once años empecé a ir de forma regular a la escuela para poder preparar mi ingreso en el bachillerato. En septiembre de 1913 ingresé en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid: soy alumno oficial para el curso 1913-1914. Allí entablé amistad con Federico Carlos Sainz de Robles, que será mi primer crítico literario cuando empiece a escribir con trece años.
         Empieza a obsesionarme la idea de la muerte.
         Empiezo a fumar.
En 1915 mi madre, muy preocupada por mi actitud, decide enviarme a Galicia una temporada: al volver a Madrid llevo el inicio de una novela en gallego que no pasará de eso.