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BULEVAR arrabalero,
con sus luces de escollera.
En toldo, de alero a alero,
la niebla se transverbera,
prolonga un artificial
ocaso de vaharada,
rojizo, abierto, otoñal,
más allá del cual no hay nada
sino el vago y ancho cielo
que arrolla de pronto un sordo
zumbar, sobre la dormida
barriada –el ala de hielo
del avión, trueno gordo
en la paz de la avenida.
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