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LA noche abre en la ventana
su biombo azul, y la luna
clarea, detrás, como una
lámpara de porcelana
en cuyo lechoso ruedo
giran atlas infinitos
arados de caminitos
como trazados a dedo
para los ojos del que,
perezosamente, a pie,
sin rumbo en la noche marcha
arrastrando su galgueña
sombra por campos de peña,
fríos de estelar escarcha.
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