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LA sílaba, el balbuceo,
vienen, tendidas las manos,
a mecerse en los pianos
mecánicos del deseo,
rigiendo, por el esguince
y el juego de la cadera,
el vaivén de la habanera
que una mirada de lince
va siguiendo en el circuito
de susurro, gesto y grito,
hasta verlo florecer
en el desmayo –ahora, aquí-
de una boca de mujer
que suspira apenas: ¡sí!
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