sábado, 7 de enero de 2012

OYENDO CRECER LA HIERBA

Entramos, con muchos años de retraso, en la cuarta parte de Morir al día: nos esperan 22 sonetos encabezados por la autocita de un poema fechado en Madrid en marzo de 1928, uno de los Sonetos a Sibila, el XXII, que nunca llegué a publicar en su momento:

Mientras la soledad nos polariza
crüelmente –a la izquierda, a la derecha-,
el desfile en que el tiempo ordena y riza
bajo nuestros suspiros su cosecha,

siempre hay un intervalo favorable
para dar cuerda al aristón celeste
y mover al compás de su bailable
la húmeda voz del viento noroeste

que apoya en tu regazo, en mi entrecejo
su soplo gris de vacilante tacto,
surcando de sollozos el espejo,

de cuyas algas en el centro exacto,
cogidas de las manos como en danza,
bucean tu esperanza y mi esperanza.

Ya en el poema “Propósito” (del capítulo “Refugiado en París”, fechado en París 21 de octubre de 1944, publicado en este blog el 21 de diciembre pasado), como en tantos otros textos de toda mi producción, quise plantar esa semilla de esperanza, ese brote verde entre tanta razones para la desesperanza, verdadera poética vital que me ha llevado siempre a escribir desde el compromiso con el optimismo ontológico.

Entre el esfuerzo confïado
y el amargor del desaliento,
sé como la hierba en el prado:

         el pie la chafa, el sol la tuesta,
y ella, cantando, alza en el viento
su voluntad de ser enhiesta.

Los sonetos que siguen están fechados entre octubre de 1939 y septiembre de 1945: seis años intentado oír crecer la hierba entre tanto estruendo aniquilador y enajenante, lejos de los prados de mi tierra, pero siempre cerca de los prados de la Tierra y de los hombres y las mujeres que la habitan.




ESTAMPA DE ALMANAQUE CON UN SANTO AL FONDO

          A José María Giner Pantoja,
               en nuestra guardilla parisiense
 de la Junta de Cultura Española.

           Temblón, rico de tonos, pobre de hoja,
en el aliento amoratado y frío
que el crepúsculo cuelga sobre el río,
el paisaje de otoño se despoja,

           como una pecadora penitente,
de la postrera pompa de sus galas
con tal ardor, que un remolino de alas
angélicas estalla en el poniente.

           ¡Coros del ocre y sepia y perla y rosa,
centrando cuya voz y movimiento
Martín de Tours a la jineta posa!

           El santo se arrebuja en media capa,
y, por premiar su caridad, el viento
le prende una hoja seca en la solapa.

                                    París, 29 Octubre 1939

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