Vuelven de Roma todas las campanas
en este atardecer -¡ay, primavera
triste!- de Pascua que insegura espera
la vuelta de la paz, de las ventanas
a un ancho, libre, alegre cielo abiertas.
Resurrección! En su prisión oscura,
adivinan mis ansias la hermosura
que late allende las ferradas puertas,
y el suave y grave bronce diluido
del nácar vesperal en el sonoro
seno. El lucero, en él, alto se alía,
en el coro pascual, con un gemido
que me trae la voz y el temblor de oro
de tus campanas, Salamanca mía.
París, Sábado de Gloria de 1943
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