¿Diré la espera, la enmohecedora
espera, ahora que, desesperada,
la esperanza, no osando decir nada,
sobre el cerrarse de sus puños llora?
Contra razón y azar, contra la suerte
-de lógica y albur hecha- ha bregado
hasta que el jadear de su costado
en hielo cuaja un estertor de muerte.
Al largo y duro soplo se desnuda,
en desilusionada despedida,
de sus sueños, ayer en flor abiertos,
y en la ceniza de su lengua muda
tan sólo un ansia –fénix triste- anida:
¡resucitar, al fin, de entre los muertos!
París, 14 Diciembre 1940
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