Bajo la terca lluvia de este final de agosto
precozmente otoñal, el asfalto se puebla
de lavados reflejos en marcha, y una niebla
de agua en polvo, pesada y dulce como un mosto,
tiembla, crepuscular en pleno mediodía,
contra un fondo de verdes arcadas (¡bulevares
desiertos casi, y tristes, como una lejanía
de campos desde el tren!). Árboles familiares
nuestro paso extravían por calles disfrazadas
súbitamente de rincones provincianos
-¡tapiados jardinillos y ventanas cerradas!-.
Y, muy hondo, el recuerdo, a tientas, adivina,
en la húmeda baraja de paisajes urbanos
un olor tibio y vago de aldea a cada esquina.
París, 28-VIII / 9-X 1943
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