¿Qué sabes de mi tierra, ni de cómo me duele?
Yo mismo que lo sufro no podría decirlo.
Es como ese ansia cuando, de madrugada, huele
el patio a campo y lluvia y, lejos, silba un mirlo.
Se le agrietan las trsites carnes a la costumbre
-tal un sembrado que se agosta del reseco
y, antes que la espoleta del trueno dé su lumbre,
ya sienten los terrones el retemblar del eco-,
y esperanza y recuerdo son una sola brasa
que las entrañas mina y las sienes traspasa
y recorta en la sombra, con su diente de fuego,
caras, nombres, rincones de ciudad, una casa,
sobre cuyo relieve ávidamente pasa
el corazón, a tientas, en lectura de ciego.
París, 31 Agosto 1945
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