Voy aprendiendo a agradecerte, vida,
cuanto me das: rebojo de pan duro,
caricia, sinsabor, el goce puro
del aire fresco de la amanecida,
o el sueño, en cuya tabla rasa anida
tu verdad desdoblada –así en el muro
nerviosa lagartija entre el oscuro
bronce de hiedra por el sol bruñido.
Gracias, de bien y mal dispensadora;
que esta vaga vedija de humo humano
si adquiere consistencia es en tu trama.
¡Gracias! diré cuando, llegada mi hora,
vaya a la muerte, a un signo de tu mano,
cual niño dócil que se va a la cama.
París, Hospital Lariboisière,
20 Marzo 1940
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