Cuando te veo, hermano, cerrar puertas y ventanas
al pregón errabundo con que te solicita
vanamente el instante –cuya voz, cuya cita
nunca se dan iguales dos veces-, siento ganas
de gritar: ¡Desenciérrate, y si el lomo florido
de la oportunidad pasa a tu alcance, arranca
con mano pronta el crespo vellón, la rosa blanca,
el madurado fruto, el huevo azul del nido!
Si no hay ni flor ni fruto, si es hiel, ortiga o flecha,
el mismo acatamiento reserva a la cosecha
a que el azar –el raudo, sabio azar- te convida.
¡Goza el momento, o súfrelo! No lo dejes baldío;
que en cada encrucijada del tiempo, hermano mío,
podemos morir todos de una bala perdida.
París, 1 Mayo 1941
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