9
¡QUÉ puro, el atardecer!
Parece que han acabado
de pintarle su morado,
con vetas de rosicler,
para plantármelo ahí,
frente a esa ventana abierta,
sobre la cuesta desierta
por donde me veo a mí,
señor de mi mocedad,
que entrando en una ciudad
soñada, no sé, o vivida,
voy remontando la calle,
con una mujer del talle
y el caballo por la brida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario