viernes, 12 de octubre de 2012

Mi vida desde esta otra orilla I (1902-1915)

Empiezo aquí la rememoración de mi vida a redrotiempo, con la perspectiva privilegiada que me otorga el verme desde fuera de mí, instalado ya en la atalaya de la otra ribera. Repasaré mi vivir y morir al día y esas realidades reflejadas en mis poemas que, al menos, pueden recordarnos unas circunstancias dignas de ser recordadas y que los olvidos han eclipsado. Fui testimonio de la luz y la sombra de una generación que mereció mejor suerte: la suya hubiese sido la de España y hoy estaríamos en otra situación cultural y, por tanto política y económica (pensar al revés es el error que promueve un círculo vicioso del que no salimos). La Edad de Plata prometía una nueva Edad de Oro que pasó a ser de cenizas: yo viví en los fuegos de las almenaras del progreso (aunque sin beneficio personal) y también entre sus despojos humeantes en el exilio.
El catalejo invertido me trae aquí, desde allí.



Nací en Madrid, en la calle Blasco de Garay, un 21 de abril de 1902. Mi padre, José María Quiroga López, era habilitado del Servicio de Incendios de Madrid, trabajo que alternaba con el de contable en un par de empresas comerciales. Él había nacido en Santa María del Villar (Lugo) y no pudo acabar la carrera de Derecho por dificultades económicas: esa espinita intentó compensarla conmigo, como se verá. Mi madre, María Plá Reguera, también era natural de Lugo, aunque de ascendencia levantina. Mi abuela paterna, María Josefa López, vivía en Madrid. Mi abuelo paterno fue notario en Vigo.
A los seis años se me despertó “la manía de leer”, potenciada, seguramente, por el aislamiento al que mi madre me sometía. Doña María Plá era una señora siempre de luto y con moño (así la recuerdo, eternamente ya), muy preocupada por mi poca salud y con el recuerdo vivo aún de la muerte de su primera hija a los dos años: esto me privó de juegos en la calle y del contacto con otros niños. Cuando mi hijo Miguel la visitaba, mi madre también le prohibía salir a jugar y le llamaba Jacobito por recordarle a un hermano suyo muerto. En general, el ambiente familiar era bastante estricto y gris.
        Estuve enfermo, es cierto, en varias ocasiones: en una de ellas llegué a perder la vista durante un año. No me extraña ahora la actitud de mi madre: era un niño melancólico, retraído, tristón y enfermizo.
        El sueldo de mi padre (unas mil pesetas mensuales) me permitía pasar largas temporadas de vacaciones en pueblos de Castilla y Galicia.
         En 1908 nació mi hermana María Teresa: quizá la recuerde más por los fugaces encuentros ya en el exilio que por su nacimiento a mis seis años.
A los once años empecé a ir de forma regular a la escuela para poder preparar mi ingreso en el bachillerato. En septiembre de 1913 ingresé en el Instituto Cardenal Cisneros de Madrid: soy alumno oficial para el curso 1913-1914. Allí entablé amistad con Federico Carlos Sainz de Robles, que será mi primer crítico literario cuando empiece a escribir con trece años.
         Empieza a obsesionarme la idea de la muerte.
         Empiezo a fumar.
En 1915 mi madre, muy preocupada por mi actitud, decide enviarme a Galicia una temporada: al volver a Madrid llevo el inicio de una novela en gallego que no pasará de eso.

2 comentarios:

  1. Me alegra, don José María, que se haya decidido a explicarnos su vida: si no fuese cierto lo que dice, lo que narra sería una novela. Espero impaciente la segunda entrega.

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  2. Un buen esbozo biográfico, don José María. Ya verá como al final su obra y su persona se hacen un pequeño lugar en el canón de nuestras letras.

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