domingo, 5 de febrero de 2012

LA REALIDAD REFLEJADA




La realidad reflejada, con sus 126 sonetillos, reproduce, con más esperanza, con mayor sordina estética, los temas que habéis podido leer en Morir al día. Esas 126 miniaturas líricas están escritas, básicamente, entre 1951 y 1952: las pude publicar, cuando ya no podía ver, en enero de 1955, gracias a la gestión en la distancia exiliada de Max Aub y Joaquín Díez-Canedo, que lo editaron en México, en la colección Tezontle del Fondo de Cultura Económica.
 La cita inicial de Emmanuel Berl, de Sylvia, es una buena presentación para los matices amargos de mi esperanza y su reflejo en el espejo de mis versos:
         ... ces images-là, je peux rendre témoignage pour elles. Si elles sont illusoires, je le suis encore plus; si quand je mourrai, elles s’anéantissaient, c’est qu’il n’y a pas pour moi de vie future, c’est qu’il n’y a jamais eu moi de vie authentique.

La primera sección tiene 16 sonetillos y se titula “Andenes del esperar”. Marca una idea de viaje, más cerca ya del clavel que de la espada, porque tenía que sobrevivir una vez caducadas las esperanzas tras el final de la guerra mundial: ahora la hierba que antes oía crecer se mezcla con las flores y “de lejos, la primavera / ya huele a lilas chafadas”. Con un tono resignado pero entusiasta, veo entonces que el futuro “acaso no grane para nosotros “, pero “¡Qué más da! Mañana, de otros / florecerá bajo el paso”.
         La segunda parte (“Fronteras”), con 4 sonetillos, incide en el forzado peregrinaje que me obliga a ser extranjero, forastero. Frontera entre una noche y un amanecer, entre Francia y España, pero no como lugar de intercambio, sino de negación. Me sentía, en palabra francesa, un “dépaysé”, un “despaisajado” que buscaba arraigarme en su suelo, al otro lado del  “sabor de lo heredado”. La espera se hace búsqueda de un camino en la certeza de que estoy en el lado equivocado, aunque con tiempo todavía. Presento la espera y sus flecos de angustia sin estridencias ni dramatismos:

          al borde de esa alborada,
bajo la aguja parada
siempre en la hora menos cinco.

         El tercer título del libro, “De la pluie et du beau temps” (7 poemas), hace evidente en la lengua mi “vida bilingüe” en una nueva muestra de amalgama de lo bueno y lo malo. Mi conocimiento del francés hizo que el destierro no llevase añadido el sufrimiento del desconocimiento de la lengua del país que me acogía, con lo que mi “intelectualidad” volvió a servirme de lenitivo al desarraigo. En ese discontinuo equilibrio de fuerzas fue siempre la espera la que me sirve de fiel a la balanza:
          ¡Este insufrible velar!
Yo bien quisiera dormir,
pero no para soñar:

   tan sólo para esperar
a que el ansia de vivir
me volviera a despertar.

En esta sección del libro los poemas se apiñan alrededor de la lluvia, que remueve los recuerdos. A mi “infinita cansera” siempre le aparece una mano que en la almohada prende signos de primavera. Incluso ante la posibilidad, certeza ya, de mi inminente ceguera, respondo con un juanramoniano:

          Yo podré quedarme ciego...
Tú seguirás, Primavera,
trenzando tu cabellera
de verde y sol, en un juego

          de agua fresca y denso olor,
lanzando el viento, de anzuelo,
en el mar a contrapelo
de las praderas en flor.

En los 29 sonetillos de la cuarta sección de La realidad reflejada, “Mar, camino y ciudad”, me detengo en apreciaciones líricas salvadoras de instantes (en forma de recuerdo o de un presente con el que estoy totalmente reconciliado). Con el “Pájaro en mano”  (tomado del refranero y de Jorge Guillén) y el “paisaje en el cazamariposas de la mirada” todo son ventanas al campo o a la ciudad, de entonces o del pasado, en las que levantar desde imágenes tradicionales mi presente en sonetos. Pero siempre teñida mi guilleniana alegría con los matices nostálgicos del desterrado que no olvida su condición, en esa voz que también utilizará Alberti

                           ÁLAMOS de orilla al río,
temblores en esqueleto,
guardas de un doble secreto:
el del paisaje, y el mío.

    ¡Volverlos a ver, volver
a gozar de la desnuda
pureza en que nada muda,
en que es “siempre” igual a “ayer”!...

     Lunaria navegación
-de timonel, mi desvelo,
sobre una ingrávida quilla.

    En ella ¡con qué pasión
remontando voy el cielo
por un río de Castilla!

Quizás sorprenda hoy la combinación de estilemas populares con motivos modernos; imágenes rurales insertas en un contexto urbano. Esa tradición y modernidad fusionadas que mis compañeros de generación poetizaron, aparecen aquí, creo, bien asimiladas, siempre afirmando el presente al “dibujar en filigrana / la eternidad del instante”. Hay en esta parte expansiones líricas que confirman mi reelaboració poética de la realidad. Dos muestras, “¡GALLOS de la madrugada” y “UN cuchillo, la piragua” (en el que coincide con el Dámaso Alonso de Poemillas puros), pueden ilustrar esta afirmación. Pero la guerra es ya parte de mi vida y aflora de forma instantánea, evocada poéticamente por el presente.
         La quinta parte, “Treguas” (de 5 composiciones), incide en ese motivo ya mencionado de las burbujas estéticas como salvadoras de instantes, siempre teniendo presente que el poeta vive en “una paz que es y no es”, y en ella “exprime en canto su vida”. Quiero mostrar aquí esa  decepción adiestrada, esa resignación a saber que

     El mundo pasa
 a un kilómetro de aquí...
Evidentemente sí.
Pero yo no tengo casa.

En esos versos resuena el eco del León Felipe de “Hay dos Españas”. Los poemas, que fueron respuesta activa a una situación en otras ocasiones, ahora son treguas al “morir al día”. Una angustia contenida enhebra las ilusiones. Pero hay que aprovechar la tregua: “hay que hundir / en tierra, firmes, los pies, / y aguantar”  Y estas “treguas” fueron más, tantas que  pensé en hacer un libro con ellas: los veinte poemas que escribí en mi “cuaderno B” (1951-1952), y de los cuales Martínez Nadal conservó quince, pasaron a otras secciones de La realidad reflejada o quedaron inéditos.
Los tres poemas que forman la sexta parte, “Soledad”, vuelven a evidenciar esos altibajos en el estado de ánimo de un poeta con vocación humanista, sorprendido por un desamparo repentino en un ascensor:
La soledad se amortaja
fría, en la vacía caja
del ascensor, y contiene

    la respiración: espera
por si otra soledad viene
tanteando la escalera.

Porque:
SOLEDAD, isla salobre (...)
   Una y otra vez te encuentro
en mis rumbos...Lo bastante
para no hacer de ti el centro
de mi asiduidad errante.

Más heterogénea es la séptima parte, “Cuaderno de apuntes” (17 poemas), en la que, como su propio título indica, se amontonan vivencias congeladas con distinto tratamiento y de distinta procedencia: metáforas innovadoras (algunas deudoras de Gerardo Diego), mitología, sonetos que parecen letrillas (véase “Si me sigue el toro”, de claro sabor popular, pero con un giro culturalista en el último terceto). Entre algunos hallazgos poéticos y sutilidades de la percepción lírica (“LA gracia de este minueto...”, por ejemplo), aparece la sombra del agonismo:

Balbuciente vastedad
que al frescor de tanta curva
se hace palabra concreta

          y a claridad de unidad
reduce la turbia turba
que eres por dentro, poeta.

Los 18 sonetos de “No parking” se centran en el último impulso que recibí en la vida de manos del amor, inspirado por Susana. El último sonetillo, con su desolador surrealismo final, pone el contraste negativo a la alegría que trasminaban la mayoría de los diecisiete restantes, y da entrada a la siguiente sección. En él frontalizo los recuerdos en los que me veo atado, que salpican la sección:
Recuerdos, si sois sagrados
no es por la añoranza, sino
porque vuestro marco encierra,

          en la eternidad grabados,
los pasos con que el destino
nos justificó en la tierra.
     
Por eso, Susana y Salomé se confunden en algún poema.
         Los trece poemas que componen “Recuerdo, cámara oscura...”, la novena sección, acentúan, contrastando con “No parking”, la negatividad de la espera. En ellos hablo desde “el fondo del embudo", desde el interior de esa “cámara oscura” desde donde puedo dejarse impresionar por la luz del exterior convertida en imagen, pero no de su presente, sino de los recuerdos (ese “recuerdo” cuya etimología nos remite a “corazón”):

TANTOS se me han muerto ya,
que un día, al fin, me pondré
a morir. No sé de qué.
De pesadumbre, quizá,

 por todo lo que no pudo
llegar a colmo en mi vida,
tan ancha ya y tan perdida
desde el fondo del embudo

          en que se me va apagando,
con la esperanza, encendida
tanto tiempo en vano, el blando

   respirar, y este buscar
de la mirara, perdida
porque ya no hay qué mirar.

Os hablo desde el final del final definitivo, de uno de los tantos finales que pude vencer. La desesperanza, vital, artística y política, ha sepultado momentáneamente a la esperanza. Sin embargo, esta sección aún contiene, como toda mi obra, algún giro, entre las nostalgias, que me afirman en el presente:
Reserva
tu atención apasionada
para oír, de madrugada,
crecer el sol y la hierba.

Y anuncio lo que será la salvación poética del final del libro:

Y si tu cámara oscura
a dar por trasunto al día
formas de capricho empieza,

                   no pienses que desvaría:
que también la fantasía
se llama naturaleza.

La décima parte, “Puerta y arrabal del sueño”, contiene once sonetillos. El poeta que soy está en el umbral de lo que se ha convertido en el alivio más confortante y duradero: la ficción, la evasión del sueño y sus arrabales, lejos de ese “sentir al hombre en un brotar sin tregua, / de heroica arremetida cotidiana” , son ahora los motivos de mi poesía. Lanzo “la escala tendida, / que enlaza el sueño a la vida / y va de la vida al sueño”. En su poética quiero que la poesía sea reflejo de mi vida; a estas alturas, la pregunta que abre el poema, “¿Cuál es el espejo y cuál la realidad reflejada?”, se tiñe de voluntad camufladora, del simulacro de querer fingir poéticamente una vida que ya no vivo:
¿Cuál es el espejo, y cuál
la realidad reflejada?
Con esta luna azogada,
todo es del mismo cristal

                   y flota, lento, en igual
deriva desordenada
hacia un mar de madrugada
cuyo fresco aire lustral

                   apague el faro en su torre,
y enjugue la frente, y borre
del insomnio el duro ceño,

                   sacando a luz clara todo
de los canales el sueño,
tristes de nieblas y lodo.

Y como sueño, como anhelo, hay que entender esa esperanza que se repite en mis dos libros como estribillo ilusionador y que vuelve aquí, onírico:
Volverá. Que vuelve todo,
hecho vida renovada
en el pulso de otras venas.

         Los tres poemas que cierran el libro, en “Despedida esperanzada”, parecen confirmar lo apuntado bajo el título de la sección anterior. Esta undécima parte de La realidad reflejada acaba siendo una reflexión metapoética. Es decir, es la poesía salvadora de instantes el referente y no la vida, aunque en ella confirmo mi poética: lector de hoy,  puedes esperar lo que el autor ya no puede. Me despide hasta siempre de mi poesía, que no dudo en que podrá volver como “rescate”. La vida y su imperativo sentimental quedaron atrás en un abandonarme a la suerte, cansado de vivir con respiración asistida. Ahora son los que vienen detrás de mí, presente perpetuo, los que deben relevarme, mientras me dejo llevar, anestesiado, al pairo:
                   que donde corte lo humano
zampoñas de su alcacer
te oiré, Poesía, cantar.

Esas “zampoñas”, esas flautas, están hechas, precisamente, con la hierba que me detuve a escuchar crecer. En ella cantará la poesía henchida de humanidad, en los bares, los cines, los bazares o la parada del autobús, inaugurando con cada mirada el asombro de mirar. Se, como le dije a Virgilio Garrote en mi agonía, que

La vida se me acaba con la piel y con la sangre, pero no mi poesía...”

Una poesía fertilizadora. Esa es mi herencia.

Aquí va el primer poema del libro, de la sección "Andenes del esperar":

1

LO que me atormenta
no es la tentación,
sino la canción
que canta y no cuenta.

           Me ahila el sentido,
hace del dolor
palma y surtidor,
músico dormido.

           Y quiero tener
los ojos abiertos,
para ver llegar,

           al amanecer,
las islas y puertos
que salen del mar.

1 comentario:

  1. Siempre tendré una cierta adicción a los trabajos de Quiroga Pla. Mentiría si dijese que no se la debo a cierto profesor de literatura en bachillerato, que hizo su tesis de esta autor [A ver si se decide a presentarla.] Sin embargo, tampoco debo olvidar que yo he leído a Quiroga Pla como traductor de las tres primeras partes de "El Tiempo Perdido" de Proust.

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