¡Qué triste ver morirse lo que un día
raíz y flor fue a un tiempo, fue motivo
de nuestra vida, y fue venero vivo
de que manaba, clara, la alegría!
Aquel alma carnal en cuyo goce
mis noches se volvían jubilosa
alba sin fin, su hostilidad de cosa
opone, impenetrable, a beso y roce...
¡Atroz volver en mí -sin ti! De vuelta
de tu embriaguez, amor, ¡qué amargo y frío
despertar- sólo, irremediablemente
sólo, deshecho en la sangría suelta
de mi vida que baja como un río
a perderse -¿en qué mar?- desde su fuente!
París, 8 Agosto 1944
Es un estado de compañia en el que nos encontramos amenudo.
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