Amor, que cambias tanto de color y figura,
bien puedes hoy sentarte a la mesa conmigo
que desde adolescente, nauta de tu aventura,
vengo haciéndote cara, creciéndome al castigo.
Una vez, de tus dardos –pero no de tu fuego,
dispensador de vida- me he creído al abrigo.
¡El hogar asentado en vida amante! Luego
vino la muerte, y supo segar mi mejor trigo.
Y después... Caminantes somos sobre la tierra.
¡Cuántas veces cruzamos, en la paz y en la guerra,
en cada esquina, nuestro vagar desesperado!
Ven, ajustemos cuentas: veamos, en mi vida,
cuánto pone en su peso, qué aumenta a su medida
lo poco que tú traes, lo mucho que yo añado.
París, 16 Julio 1941
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