¡Ay, si tú pudieras quererme,
Amor, como te quiero yo!
Pero el querer, cansado, en tus rodillas duerme,
y a mi fiebre responde tu serenidad: “¡No!”
“No; te he querido un día como a una tierra nueva
en que el trigo y la viña nacían para mí,
y el árbol y su sombra, frescos, vírgenes. Y
luego ha pasado el tiempo, cuyo paso renueva
el camino, al borrar las huellas de su paso,
y al renovar mi sed pone en mi mano un vaso
nuevo, y hacia una nueva fuente aguija mis pies.
Mas ¿quién sabe? El mañana es de sorpresas lleno”
Y yo, en silencio, oyéndote, temblar siento en mi seno
el horror de la muerte que sientes y no ves.
París, 10 Julio 1942
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