¿Quién te cerró los ojos al acecho
-inútilmente-, aún, de mi llegada?
Bajo tu nuca ¿quién mulló la almohada?
¿Quién te cruzó las manos sobre el pecho?
El piadoso ritual mano piadosa
cumplió, que, en la humildad de la mortaja
envuelto, el cuerpo frágil en la caja
depositó como una muerta rosa.
Piadosa mano, pero no la mía;
ojos piadosos, pero no los míos,
los que llorar pudieron en caliente
el último estertor de tu agonía.
Muerta lejos de mí... ¡Qué altos, qué fríos
los muros del destierro, de repente!
París, 7 Febrero 1945
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