II
Tan cerca estás, que casi me da miedo
alzar la voz para decir tu nombre
o tender hacia el blanco muro el dedo,
flecha apuntada a tu presencia de hombre.
Cierro los ojos, y tu hablar despierta,
no en mi recuerdo, sino en mis oídos,
mientras la concha de mi mano abierta
recoge de tu pulsos los latidos.
Todavía no es tiempo de llorarte,
de darte por trofeo de la muerte,
entre el reloj de arena y la guadaña.
Aún de mi propia vida formas parte,
¡oh velador de nuestra común suerte,
corazón vivo de mi viva España!
París, 22 Febrero 1940
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