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LA lluvia me ha despertado
al amanecer. Batía
contra la vidriera. El día
tiritaba, atarazado
niño dios, en su pesebre,
entre las pajas del alba,
hacia el vago cielo malva
abría un ojo de liebre.
Y yo sentía la piedra,
en mi corazón anclada,
de una infinita cansera;
luego, la caliente hiedra
de tu mano que en mi almohada
prendía la primavera.
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